jueves, 17 de julio de 2008

La energía que la fe necesita

Apuntes de la intervención de Luigi Giussani en la peregrinación de los jóvenes de la diócesis de Milán al santuario de Nuestra Señora de Caravaggio, con ocasión del Año Mariano. 18 de junio de 1988.

Quisiera simplemente comentar lo que acabamos de leer acerca de la Virgen. El texto habla de ella como «icono más perfecto de la libertad y de la liberación de la humanidad»1, y dice que la Virgen es la criatura en la que se hizo más patente el misterio de la liberación de la humanidad. Aunque estas palabras resuenen un tanto imprecisas y aún confusas en nuestro corazón, algo indican con claridad: dicen que ser liberados implica salir de una esclavitud, y se refieren a la liberación de la humanidad, del hombre concreto que come y bebe, vela y duerme todos los días. El misterio de la liberación del hombre, que acontece en Jesús, manifiesta su influencia benéfica de manera extraordinaria («perfecta», dice el texto que hemos leído) en la Virgen.Quiero apuntar tan sólo algunas de las cosas que más me han impactado a lo largo de mi vida y en primer lugar –“en primer lugar” en sentido absoluto, ya que sigue siendo lo que ahora me deja estupefacto– lo que reza el Salmo 8. Cuando entré en el seminario a los diez años, ya en los primeros días, una de las cosas que más me llamó la atención leyendo el Salmo 8 en el pequeño breviario de la Santísima Virgen, como se usaba entonces, fue escuchar junto con mis pequeños compañeros: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?»2. Desde entonces esta pregunta se me quedó clavada en el corazón: «¿Qué es el hijo del hombre para que cuides de él?». En efecto, ya entonces me resultaba evidente que el hombre es como un soplo que pasa, una paja que arrebata el viento, un grano de arena en el remolino de los vientos. Y no es tan sólo frágil: hay una incoherencia en él. De ahí, la disipación de nuestras fuerzas y la división que llevamos dentro, de modo que jamás conseguimos abarcarlo todo y reunirlo en una unidad.¡Es realmente pobre el hombre! ¿Quién, al acabar el día, siente que su energía ha sido protagonista, ha logrado su objetivo? Nadie. Por ello nos abandonamos tanto al olvido y a la distracción: para evitar la decepción.«El Señor ha mirado la humildad [la nada, la pobreza] de su sierva»3. En efecto, también la Virgen, una muchacha de quince o diecisiete años, ¿qué era ante el universo, ante la realidad? Realmente, un soplo. ¿Quién la notaba en ese pueblo de lo más remoto del Imperio Romano de aquel entonces, en esa aldea que no gozaba de fama alguna? No era realmente nada, como yo, que en ciertos momentos me veo obligado a decir sin exagerar: «Realmente, ¡no soy nada!».Pues bien, el Señor ha tomado esa nada. Cuando tengáis la suerte de ir a Palestina y, en Nazaret, apoyándoos en la barandilla que os separa de la pequeña habitación donde ella vivió, leáis la inscripción que dice: «Aquí el Verbo se hizo carne», entonces vosotros también –sin duda– os asombrareis pensando lo mismo que yo: «Pero, ¿cómo puede ser? ¿Todo empezó aquí?». Hoy nos seguimos moviendo con una convicción clara y límpida, con un corazón ardiente, por algo que pasó aquí, en este angosto espacio, hace dos mil años. Y si durara el mundo doscientos millones de años nuestros descendientes tendrían que decir lo mismo, que todo empezó allí. Es cierto, como dirá después san Pablo, que «lo necio del mundo, lo que no cuenta, lo ha escogido Dios para demostrar que no necesita de los sabios, ni de los poderosos»4.Pero me apremia subrayar lo que este “icono” dice a mi vida, a nuestra vida, y creo que es lo más grande que se pueda decir: el valor del instante. El instante, que es un momento efímero de nuestra vida, tiene un valor, y nuestra existencia no necesita de nada más para llamar la atención de los ángeles de Dios y de Dios mismo, para tocar lo eterno, para contar en la historia. Este breve punto de tiempo y espacio, que es el instante que vivo ahora, Dios lo toma para usarlo en función de la totalidad, de Su designio inescrutable. Es importante para Cristo el instante que vivo. En qué sentido es importante lo sabe Dios, lo cierto es que es importante. Y nosotros lo podemos afirmar con seguridad, sabiendo que vale tanto como las gestas más grandes que narran los libros de historia o los acontecimientos que la prensa recoge. No necesito nada más que lo que tengo ahora para ser grande a los ojos de Dios, para tener un valor eterno. Es esto lo primero que me enseña la Virgen, esta muchacha elegida por Dios.Por eso las circunstancias concretas de la vida, por ejemplo el carácter (más que “por ejemplo”, ya que casi todas tienen que ver con el carácter), las circunstancias inevitables y las que resultan de lo que hacemos, en suma, los avatares de la vida, no se pueden obviar impunemente, porque las circunstancias son decisivas: en ellas nuestra persona se engrandece, a través de ellas cobra espesor y utilidad para el mundo, y nuestra existencia se suma al bien grande que supuso la vida de María, y por ello –¡por ello!– a la utilidad suprema para la liberación del hombre que fue la vida de Cristo.En este sentido no es injusto, es más, es bueno, es fuente de paz y aún de alegría (como nos ha recordado la lectura del texto bellísimo que nos ha acompañado durante el camino), entender que la gloria de Dios, mediante la gloria de Su hijo Jesucristo, pasa a través de nuestro momento pasajero y de las circunstancias contingentes que nos toca vivir.Una antigua imagen de la Majestad de Cristo reproducía detrás una frase de santa Catalina de Siena: «Si llegáis a ser lo que tenéis que ser, prenderéis vuestro fuego a toda Italia; no os contentéis con pequeñas cosas: ¡Dios las quiere grandes!»5. Esto no es contradictorio con lo que dije antes: es que cualquier momento de nuestra vida puede ser así de grande. No seríamos amigos si no nos lo recordáramos, si no nos exhortáramos sobre todo con el ejemplo, que se convierte en una energía que contagia a todos los que nos rodean.Su Eminencia Carlo María Martini, en la estupenda intervención que tuvo en Leningrado, dijo algo que yo he leído en el diario Avvenire: «Siempre que “se ha rechazado a Dios, que se ha extraviado o disminuido su sentido, o que se le ha presentado de manera incorrecta, la humanidad se ha encaminado hacia una decadencia más o menos larvada del hombre y de la convivencia social”»6.«Decadencia del hombre» significa que lo humano se reduce, que el hombre se hace mezquino. De hecho, cuando lo que hacemos, o las relaciones que establecemos, responden exclusivamente a nuestro antojo o a una reacción; cuando nuestros juicios o afectos nacen del intento (al fin y al cabo, siempre un poco histérico) de afirmar nuestros proyectos (en la relación entre hombre y mujer, en la familia, en el trabajo o en el estudio, en el ámbito cultural o político), el hombre se hace mezquino, es como prisionero. Su horizonte se cierra y el tiempo se convierte en un juez implacable; lo que hizo y lo que hace empieza a aburrirle; uno no es capaz de sostener nada y nada consigue durar, aunque de inmediato le proporcione algún gusto. Hace falta que el límite de nuestra prisión se abra. He aquí el sentido de la liberación: nuestra prisión se rompe sólo si el muro se abre y entra el Infinito. Por eso Su Eminencia dijo que quien rechaza a Dios, extravía el sentido que esta palabra encierra o lo disminuye, decae como hombre, pues la libertad no acepta límites y sólo la relación con Dios no tiene confines. Pero, ¡cuánto le cuesta al hombre abrirse a Dios!¡Cómo admiramos todos los esfuerzos que los hombres han realizado para adherirse a Dios, para imaginarlo, para establecer una relación afectuosa con Él y expresar estéticamente la emoción que sentían por Él, dando origen a las distintas religiones! En cambio, la Virgen lo tenía a su lado, el Misterio insondable estaba ahí, comía y bebía junto a ella, estaba cerca de ella, en vela o dormida. ¡Qué dimensiones tan distintas tenían para ella todas estas circunstancias! No podía olvidar en ningún momento la relación que la ligaba a su hijo, cuando le llevaba en el seno materno, cuando le vio nacer y le crió, cuando llegó a ser un hombre. En ella dominaba la memoria.Memoria: es esta la hondura que continuamente libera nuestra vida y la renueva, la rejuvenece, porque, de lo contrario, se vería tentada siempre a hundirse bajo un peso, encerrada en un límite que la aprisiona. Es esta memoria, en efecto, la que nos libera del peso de la existencia. Como cuando Jesús vio el cortejo funerario que avanzaba –lo hemos recordado tantas veces– y, oyendo el sollozo de aquella mujer que lloraba desesperada preguntó quién era, dio un paso hacia ella y le dijo: «Mujer, ¡no llores!»7. Era un sinsentido, porque ¿cómo se puede decir a una madre que llora a su hijo muerto: «Mujer, ¡no llores!»? Es la expresión más grande, la más bella, de esa ternura, de esa pasión por el hombre, sin la cual, sin sentir la cual, sin darnos cuenta de la cual, es imposible entender al Señor. Nuestro Señor vino movido por una piedad hacia el hombre; no le movió una intención que podríamos llamar “religiosa”, sino humana. La memoria de un Dios así ¡cómo cambiaba todo lo que hacía María! El Dios que vino a nosotros, se ha convertido en una realidad presente entre nosotros. ¡Cómo debemos hospedar esta invitación que la Virgen nos hace, que su figura nos recuerda! Ojalá tengamos una gran devoción, una atención extrema a todo lo que nos reclama a la memoria de Cristo: desde el misterio de la Iglesia universal al misterio viviente y concreto de la Iglesia particular, de nuestra parroquia, de la comunidad de los amigos y de la familia; verdaderamente, después de la adoración y de la gratitud hacia Dios, hacia ellas va nuestra mayor gratitud en la vida. Esta realidad humana que nos remite a Cristo, donde la memoria, el recuerdo de Su presencia, se renueva, debe ser casi objeto de adoración, ya que solos estaríamos siempre distraídos. Podemos incluso estudiar teología y, sin embargo, no tener esta devoción. Se trata de un sentimiento, de un sentir y un pensar, de una conciencia que tiende a implicar todo nuestro afecto, a iluminar nuestra mirada hacia todas las cosas y a plasmar nuestro modo de tratarlas.¡Qué incalculable gracia es este signo concreto de Su presencia! ¡Qué gracia inconmensurable es la humanidad que nos remite a Él: la Iglesia entera y la iglesia doméstica, el amigo, la amistad personal! Esta es la verdadera amistad. Siempre he sentido muy vivamente este valor que la imagen de María trae a la memoria, a nuestra conciencia, desde que era un chiquillo en el seminario y durante las caminatas de los jueves –íbamos entonces en filas de tres en tres– especialmente con dos de mis compañeros, me sentía reclamado a esta memoria y soñábamos juntos. La gloria de Cristo es más grande y rebasa todos los límites de la imaginación con la que tratamos de rendirle honores. Y recordarle –recuerdo que puede adoptar cualquier forma– recordarle es el momento en que nuestra vida se ve liberada: se abre la prisión de nuestro afecto, la prisión de nuestra compañía, la prisión del trabajo, la prisión de la fatiga, la prisión de nosotros mismos.Ahora bien, su memoria, precisamente por ser la evocación no del Misterio inimaginable e inasequible, sino de una humanidad presente (el Misterio se hizo hombre y nos dijo: «Estaré con vosotros hasta el fin del mundo»8) coincide con la fe. Cuando ella dijo «¡Fiat!», cuando dijo: «Sí», expresó la fe de todos los tiempos de la manera más concisa, honda y admirable.Quisiera subrayar cómo la fe de Virgen –esto es algo que siempre me ha conmovido– es, en primer lugar, un fe razonable conforme a lo que nos requiere el apóstol: que la fe sea un «asentimiento razonable»9. ¿En qué sentido fue la de la Virgen una fe razonable? Nosotros no sabemos cómo se dio ese gran acontecimiento que fue la Anunciación. Podemos imaginarlo, pero no sabemos cómo realmente aconteció. Lo que sin duda aconteció fue esto: que a la Virgen le resultó patente la correspondencia entre lo que estaba sucediendo, entre lo que se le decía, y la espera más profunda de su corazón. Esta es la razonabilidad. La espera más profunda de su corazón era que la promesa que Dios había hecho a sus padres se cumpliera: «Dichosa tú que has creído que las palabras del Señor se cumplirían»10. Dichoso quien ha creído que el Señor cumpliría su palabra, y el cumplimiento de la palabra del Señor es el cumplimiento de la gran promesa: «Nacerá» –lo acabamos de escuchar hace un momento– «nacerá», Dios tomará carne, coincidirá con una presencia humana.Pero lo que siempre me ha llamado la atención es lo que el Evangelio dice después de que el Ángel le llevara el anuncio. La Virgen contestó: «Hágase en mí según tu palabra». Punto. «Y la dejó el Ángel»11. Siempre me ha conmovido escuchar esta frase, he vuelto a reparar en ella miles de veces, imaginándome la situación tremenda en la que tuvo que verse esa chica.Pienso: en cuanto se fue el Ángel hubiera podido decir: «ha sido una ilusión, un espejismo», «ha sido una sugestión mía», «¿qué significa todo esto?». En ese momento la Virgen tuvo que emplear toda la energía que la fe necesita. Y lo demostró exactamente en ese momento, cuando no podía comprobar lo que llevaba dentro, en ese momento crucial («Y la dejó el Ángel»), cuando se quedó sola, sola ante lo anunciado, sola ante su familia, sola ante el mundo, y ella fue leal con lo que había visto y oído.La fe implica un valor que sostenga la inteligencia. La inteligencia se expresa en un juicio («Sí, así es»); pero necesita el coraje del corazón, en primer lugar para decir: «Así es», y luego, sobre todo, para permanecer en esta afirmación, para mantenerse en este asentimiento.Por ello la fe es directamente proporcional a la petición, el gesto más elemental e insustituible del hombre; diría casi que el gesto verdaderamente humano es solamente este (todo lo demás, de alguna manera, nos es dado, pero hay algo que no puede darse sin nuestra libertad): estoy hablando de la «petición», que se puede llamar también «oración».No se puede tener fe sin pedir la fe. Y así yo me imagino a la Virgen antes de la Anunciación, con la costumbre que ciertamente tenía de leer la Biblia, renovando en sí la suprema petición que el hombre de todos los tiempos ha dirigido al Señor. Y me parece bastante significativo que, al final de la historia religiosa de la humanidad que la Biblia recoge, ésta culmine precisamente con una invocación: «¡Ven Señor Jesús!»12.Escribe Antonio Socci en su monografía sobre Andrei Tarkovskij: «Desde hace tiempo el hombre occidental se ha deshecho de la alforja y el bastón del viandante con su conmovedora actitud de petición [el hombre ha renunciado a ser un peregrino, esto es, a entender la vida como un camino hacia un Destino infinito que recorremos con una conmovedora actitud de petición]. La Morada (ethos) del hombre [es decir, el modo de concebirse y comportarse] no es ya el horizonte [el horizonte hacia el cual se dirige el caminante, el viandante], sino la guarida, donde no se encuentra con nadie y donde, por lo tanto, empieza a dudar de sí mismo»13. Sólo cuando invocamos, cuando nos ponemos en una actitud de petición, sentimos a todos los demás hombres –cercanos o lejanos, de nuestro mismo parecer o no– como parte de nosotros mismos.No podemos pensar en la Virgen más que con su petición continua de que la gloria de su Hijo apareciera en el horizonte del mundo y que todos los hombres la conocieran. La Virgen vivió todo el tiempo de su existencia la suplica de lo que Cristo pidió antes de ir a morir: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo»14. Cada uno de nosotros está llamado a adherirse a la figura de la Virgen en su súplica para que la gloria de Cristo advenga. Así la vida será una aventura, un camino útil para sí y para los demás, un camino luminoso porque «Ha llegado la hora». Lo dijimos al comienzo: cada momento es la hora.
Notas1 Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre Libertad cristiana y liberación (22 de marzo de 1986), 97. Citada en: Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 37: «Dependiendo totalmente de Dios y plenamente orientada hacia Él por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo para comprender en su integridad el sentido de su misión».2 Sal 8, 5.3 Lc 1, 48.4 Cf. 1Co 1, 27.5 Cf. Santa Catalina de Siena, Carta a Stefano Maconi, n. 368.6 C. M. Martini citado en U. Folena, Russi, l’Europa vi aspetta, Avvenire, 17 de junio de 1988, p. 8.7 Cf. Lc 7, 13.8 Mt 28. 20.9 Cf. Rm 12, 1.10 Lc 1, 45.11 Lc 1, 38.12 Ap 22, 20.13 Antonio Socci, Obbiettivo Tarkovskij, EDIT, Milán, 1987, p. 27.14 Jn. 17, 1.


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sábado, 12 de julio de 2008

Juicio ante la realidad argentina

El freno a un poder sin razones es un pueblo educado en la constructividad social

Decía el padre Luigi Giussani que las pruebas y dificultades que aparecen en la realidad histórica revelan qué es lo que verdaderamente sostenemos como importante, justo y verdadero. Por lo tanto, revelan nuestro verdadero interés supremo.

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A esta altura del largo y casi incomprensible conflicto (por injustificado y evitable) iniciado entre el gobierno nacional y los sectores agropecuarios, que ya engloba a transportistas, industrias, comercio, administraciones locales, dirigentes de todo tipo y ciudadanos de a pie, preocupa la concepción y praxis de la función pública confiada por el voto popular que revela el gobierno.

Junto con los Obispos argentinos, sostenemos que un retorno sin vueltas a las instituciones de la República, tanto en el gobierno nacional en sus tres poderes como en el fortalecimiento de los gobiernos federales, es el camino posible y urgente de solución, mediante el debate, el diálogo y el compromiso común, recuperando la representatividad para superar este estado de asamblea permanente. La tarea insustituible de la promoción y custodia del bien común no puede ser dejada de lado por las autoridades para abocarse en una demostración de fuerzas con importantes sectores de la sociedad argentina.

Sin embargo, el camino emprendido por el gobierno ha sido el de dar saltos hacia adelante sin enfrentar la realidad del presente. Así, los anuncios aparecen en forma unilateral, sectorizados, como propaganda política que gira alrededor pero nunca tocan el punto de debate central.
Pero en esta fuga utópica que no ayuda a resolver las causas del conflicto, las señales de la característica esencial del gobierno son cada vez más evidentes:


● Se ha transformado de gobierno nacional en gobierno de facción, de partido. En efecto, las aseveraciones oficiales de los últimos días han sido primero declaradas por el partido justicialista, transformado de hecho en el vocero del gobierno, utilizando a ministros y gobernadores afines como propaladores principales.

● Intenta reemplazar al bien común por un proyecto impuesto desde el Estado. La legitimidad del ejercicio del gobierno no incluye que la sociedad toda deba acatar proyectos que atenten contra la sana, libre y solidaria construcción social. Es la sociedad, no el gobierno del Estado, la que construye el bien común. La tarea de la función pública es favorecer, custodiar y orientar esta construcción, no sustituirla; interviniendo con acciones estratégicas que los organismos y grupos sociales no puedan proveerse por sí mismos .

● Se desconoce cualquier razonabilidad o justicia en reclamos, opiniones o llamados a la revisión de lo actuado, descalificando al interlocutor pero sin atreverse a confrontar la verdad de los mismos (como sucedió con el defensor del pueblo, los obispos, algunos dirigentes y ciertos funcionarios provinciales).

● Sobre todo, ha faltado a una principalísima tarea de los gobernantes: buscar la pacificación social. En cambio, ha insistido en ahondar las diferencias y ha colocado a todo aquel que no se pliegue al proyecto oficial en la vereda de los enemigos del pueblo, exacerbando el conflicto en una espiral preocupante, tratando de imponer la concepción de que el Estado es el pueblo, el gobierno es el Estado y el partido es el gobierno, es decir, el partido es el pueblo.

En este tiempo de confusión, es necesario mirar aquellos lugares donde el pueblo es educado en una pasión por la verdad en libertad, solidario con todo aquel que encontremos en el camino. Lugares, que teniendo como principal interés la persona concreta, permiten sostener esta esperanza de edificar una casa más habitable para el hombre, libre, constructor inclaudicable, en busca de su destino. Necesitamos un Estado que favorezca y reconozca la dignidad de todos los ciudadanos, que no intente suplantarlos en el ejercicio de su libertad creativa.

COMUNIÓN Y LIBERACIÓN – Junio 2008

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Presentación del libro de Luigi Giussani "¿Se puede vivir así?"

"Giussani fue un educador del sentido religioso, un padre en una sociedad sin padres”, dijo Monseñor Galimberti

El Obispo de Salto, Uruguay, visitó la ciudad argentina de Concordia, para compartir con un periodista y un productor agropecuario, un panel que testimonió el impacto que les provocara la lectura del libro del sacerdote italiano, fundador del movimiento católico Comunión y Liberación.
Monseñor Pablo Galimberti, obispo de Salto en la República Oriental del Uruguay, no dudó un instante cuando integrantes de Comunión y Liberación de Concordia, Argentina, lo visitaron para invitarlo a presentar el libro de Monseñor Luigi Giussani, “¿Se puede vivir así?”. Fiel a su estilo, sereno y seguro, aceptó sin reparos ni condiciones.
El conflicto entre Argentina y Uruguay por la instalación de una pastera finlandensa y los riesgos ambientales, los cortes de ruta en pasos binacionales como modalidad extrema de protesta, no pudieron impedir un encuentro de amistad binacional en el que se abrazó la condición humana sin censurar nada.
Fue el viernes 4 de julio, en el salón de la biblioteca Julio Serebrinsky, de la Cooperativa Eléctrica de Concordia, una empresa que a mitad del siglo pasado nació gracias a esa constructividad social que tanto resaltó Giussani, protagonizada por hombres que, ante una necesidad concreta, se asociaron para buscar satisfacerla. El mismo dinamismo que después los llevó a ver en la cultura otro ámbito de acción, lo que hizo posible la creación de la biblioteca, que hoy lleva el nombre de uno de sus pioneros.
Junto a Monseñor Galimberti, compartieron el panel un periodista, Horacio Osorio, y un productor de arándanos, Gastón Solari. Mezclados entre el público, estaba el Obispo de Concordia, Monseñor Luis Armando Collazuol; el Intendente de la ciudad, Contador Gustavo Bordet; el Rector del Profesorado "Concordia", Pbro. Alfonso Frank, y el Decano de la Facultad de Ciencias de la Alimentación, Ing. Hugo Cives.
Luego que el joven universitario Francisco Bodean interpretara con su violín, ante un público expectante, un fragmento de La Pasión según San Mateo, de Johann Sebastián Bach, y que en la pantalla se viera un pasaje de un reportaje a Giussani hablando de la fe como desafío, Monseñor Galimberti comenzó su exposición definiendo al sacerdote milanés como un pedagogo de la fe y de la vida, un hombre de esos “que no aparecen porque sí”, ya que Dios suscita personalidades y carismas para cada época.

El Obispo de Salto describió lo que llamó “cultura de la fragmentación”, en la que hoy nos movemos. Sociedad líquida, o efímera, como la han calificado otros autores, en la que se advierte la ruptura de vínculos, los modelos competitivos y narcisistas, la pérdida de confianza y de solidaridad, y la debilidad de las tradiciones, reemplazadas por la noticia de último momento.
En este contexto actuó Giussani, para despertar lo que está dentro del corazón de los hombres, la espera de Dios, explicó Galimberti.
“Creo en mis padres, en mis maestros, en la música, en la cultura” dijo, al momento de referirse a la fe como método de conocimiento a través de la mediación de un testigo. “Sin esa experiencia humana de creer en los otros, en los de al lado, no podemos creer en Dios”, remarcó. Explicó que en todos los campos los hombres “estamos sostenidos por otros”. Por eso, Monseñor Galimberti no dudó en aseverar que Giussani enseña a vivir en comunidad.
Elogió también la capacidad del iniciador de Comunión y Liberación para ayudar a los hombres a prestar atención a todos los signos, las señales de la experiencia humana, no dejando nada afuera, porque –dijo- “todo es reciclable en Cristo”.
Consideró a Giussani como un educador del sentido religioso, despertando la búsqueda del corazón de los hombres, tornándolos inquietos.
Cerró su exposición refieriéndose al autor del libro como un “un padre en una sociedad sin padres”, que provoca, “torea”, plantea límites e ideales.

Un Dios que está, que se entremezcla entre los hombres

“No soy un hombre de mucha fe” comenzó diciendo el periodista Horacio Osorio, Director de la publicación digital Diario Río Uruguay. Pero de inmediato aclaró: “no soy hombre de fe en el sentido como habitualmente se la entiende”.
Osorio explicó que la lectura de Giussani le había presentado a “un Dios que no está lejos si no en frente de uno, que se entremezcla, que está”.
Dijo que al leer acerca de la fe como método de conocimiento mediante un testigo, había descubierto que es justamente eso, conocer a través de testigos, lo que hace a diario el periodista. Pero de inmediato cuestionó que los medios de comunicación aparezcan como fuentes que “santifican” cualquier cosa, cuando en ocasiones son “picadoras de carne” que no respetan la vida.
Antes de cerrar retomó una vez más la cercanía de Dios, la encarnación, al resaltar que le había impactado en el libro un Cristo que se hace hombre, “una religión que no intenta trasladarnos a un cielo lejano”.
Finalmente, hizo suya la oración del padre del epiléptico curado por Jesús: “¡Creo! Ayuda a mi incredulidad".

Una crisis de fe superada por un encuentro

Gastón Solari, Licenciado en Economía Agraria y productor de arándanos, aclaró que lo más importante en su vida era ser padre de cinco hijos, y que ellos, juntos a sus colaboradores en la actividad empresarial y los chicos a los que enseña rugby, son su norte, siendo una preocupación constante cómo educarlos.
Hablando del conocimiento a través de un testigo, recordó al alemán Heinrich Schliemann, que descubrió la existencia de Troya, habiendo desde niño iniciado la exploración con la firme convicción en la veracidad de los escritos de Homero.
Dijo que al leer a Giussani se encontró de pronto con que no sólo se puede llegar a la fe a través de la razón, como lo explica Santo Tomás, si no también a la inversa, arribar al conocimiento a través de la fe, ya que ambas se necesitan una a la otra.
Utilizó la parte final de su exposición para recordar un encuentro excepcional, en una zona muy pobre del noroeste de Argentina, cuando levantó a un grupo de chicos que esperaban por alguien que los llevara hasta la escuela rural.
En especial, describió a una niña, peinada, arreglada, con el guardapolvos limpio, que lo impactó con sus preguntas, que le hizo cantarle el Salve Regina como ejemplo de algún canto que recordase de su colegio secundario, y que, finalmente, lo invitó a bajar para conocer la escuelita, le presentó a su maestra, y lo hizo formar para el izado de la bandera. Aquel encuentro me permitió superar la “crisis de fe” que me envolvía, que al mismo tiempo era una “crisis de ignorancia”, concluyó.
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